Un día, Pedro inició un veloz avance: por el flanco izquierdo donde habría estado el banderín del córner si ésa fuera una cancha de verdad y no la calle entierrada del barrio. Llegó frente a Daniel, que estaba de arquero, simuló con la cintura que avanzaba, pisó el balón hasta dormirlo en sus pies, lo levantó sobre el cuerpo de Daniel, que se había lanzado antes, y suavemente lo hizo rodar entre las dos piedras que marcaban el arco.
-¡Gol!- gritó Pedro y corrió hacia el centro de la cancha esperando el abrazo de sus compañeros. Pero esta vez nadie se movió. Estaban todos clavados mirando hacia el almacén.
Algunas de las ventanas se abrieron. Se asomó gente con los ojos pendientes de la esquina. Otras puertas, sin embargo, se cerraron de golpe. Entonces Pedro vio que al padre de Daniel se lo llevaban dos hombres, arrastrándolo, mientras un piquete de soldados lo apuntaba con metralletas. Cuando Danielquiso acercársele, uno de los hombres lo contuvo poniéndole la mano en el pecho.
-Tranquilo- le dijo.
Don Daniel miró a su hijo.
-Cuídame bien el negocio.
Cuando los hombres lo empujaban hacia el jeep, quiso llevarse una mano al bolsillo, y de inmediato un soldado levantó su metralleta.
-¡Cuidado!
Don Daniel dijo:
-Quería entregarle las llaves al niño.
Uno de los hombres le agarró el brazo.
-Yo lo hago.
Palpó los pantalones del detenido y allí donde se produjo un ruido metálico, introdujo la mano y sacó las llaves. Daniel las recogió en el aire. El jeep partió y las madres se precipitaron a la calle, agarraron a sus hijos del cuello y los metieron en sus casas. Pedro se quedó cerca de Daniel en medio de la polvareda que levantó el jeep al partir.
-¿Por qué se lo llevaron?
Daniel hundió las manos en los bolsillos y apretó las llaves.
-Mi papá está contra la dictadura.
Pedro ya había escuchado eso de ' contra la dictadura '. Lo decía la radio por las noches, muchas veces. Pero no sabía muy bien qué quería decir.
-¡Qué significa eso?
Daniel miró la calle vacía y le dijo como en secreto.
-Que quieren que el país sea libre. Que se vayan los militares del gobierno.
-¿Y por eso se los llevan presos? -preguntó Pedro.
-Yo creo.
-¿Qué vas a hacer?
-No sé.
Un vecino se acercó a Daniel y le pasó la mano por el pelo.
-Te ayudo a cerrar -le dijo.
Pedro se alejó pateando la pelota y como no había nadie en la calle con quien jugar, corrió hasta la otra esquina a esperar el autobús que traería a su padre de regreso del trabajo.
Cuando llegó, Pedro lo abrazó y el papá se inclinó para darle un beso.
-¿No ha vuelo aún tu mamá?
-No- dijo Pedro.
-¿Jugaste mucho?
-Un poco.
Sintió la mano de su papá que le tomaba la cabeza y la estrechaba con una caricia sobre la camisa.
-Vinieron unos soldados y se llevaron preso al papá de Daniel.
-Ya lo sé -dijo el padre.
-¿Cómo lo sabes?
-Me avisaron por teléfono.
-Daniel se quedó de dueño del almacén. A lo mejor ahora me regala caramelos -dijo Pedro.
-No creo.
-Se lo llevaron en un jeep como esos que salen en las películas.
El padre no dijo nada. Respiró hondo y se quedó mirando con tristeza la calle. A pesar de que era de día, sólo la atravesaban los hombres que volvían lentos de sus trabajos.
-¿Tú crees que saldrá en la televisión? -preguntó Pedro.
-¿Qué? - preguntó el padre.
-Don Daniel.
-No.
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